Vivía con su familia en la casa de enfrente. Íbamos a la misma escuela y pasábamos largos ratos juntos cada día. Llegó a ser una
persona muy importante en mi vida con el paso de los años, y como suele pasar,
al final me enamoré. Y podría habérselo dicho, podría haberle contado todos mis
sentimientos… Pero ella era diferente, alegre, e inteligente, y eso
hacía que todos los chicos del pueblo, incluso los mayores, estuvieran tan
enamorados de ella como yo. Así que acabé aceptando que era un amor imposible,
y me olvidé de ella.
A partir del momento en que me alejé de
Amelia, para poder desprenderme de todo lo que quería olvidar, ella me fue
abandonando a mí también. Poco a poco nos volvimos desconocidos y nuestros
caminos se separaron, para siempre, cuando con su familia se fue a vivir a
Polonia.
El tiempo pasó y yo llegué al final de mi
adolescencia. Amelia era un recuerdo del pasado ya sin importancia. Hasta el
día en que la volví a ver: había vuelto para pasar unos días en la casa que aún
conservaban. Pero en el momento en que la reconocí, me di cuenta de que ya no
era la misma. Su rostro se había vuelto pálido, como una hoja de papel, había adelgazado
muchísimo, y la alegría que irradiaba siempre había desaparecido por completo.
No fui capaz de ir a hablar con ella, pero
tampoco me hizo falta. En el pueblo solo se hablaba de su vuelta, y durante la
cena, ese mismo día, mamá contó que los años fuera del pueblo sólo le habían
traído desgracia: había perdido a sus padres y a su hermana pequeña en un
naufragio y los dos últimos años los había pasado vagabundeando sola por el
mundo.
Mi cuerpo se inundó de pena hacía ella, y con
la pena, volvió el amor que algún día había sentido.
A la mañana siguiente me desperté temprano y
me dispuse a ir a su casa. Esta vez no me volvería a pasar lo mismo, me
plantaría delante de ella y le diría todo lo que sentía. Esta vez sí, no
pensaba darme por vencido. La sacaría de la miseria en la que se encontraba
hundida y le devolvería todo lo que le habían quitado. O al menos todo lo que
yo pudiera devolverle.
Llamé a la puerta de su casa, esperé un largo
rato, pero nadie contestó. Supuse que habría salido a pasear, así que volví a
mi casa con la intención de probar suerte de nuevo esa misma noche.
No fue así.
Con el atardecer llegaron las noticias. Habían
encontrado el cuerpo de Amelia entre las rocas de los acantilados. Muerta. Dicen que se dejó
caer en las olas, voluntariamente… No soy capaz de imaginarme a esa bella flor pálida balanceándose en la mar... Se fue sin despedirse de nadie, sin una sola carta,
nada. Pero supongo que ya no le quedaba nadie. Porque yo nunca fui nada para
ella.
Júlia Prieto Gil
Julia, tu relato es muy bonito e interesante, porque habla de un amor con el que muchas personas se pueden sentir identificadas. Me gusta mucho tu manera de escribir y como describes las situaciones: nos podemos transportar en el tiempo y vivir la escena del relato.
ResponderEliminarCarla M. Clúa Alcón
La historia me ha gustado, el tema es interesante, pero no me esperaba ese final, pensaba que acabarían juntos, que le declararía su amor.
ResponderEliminarMeryeme el Hantlaoui
Júlia, tu historia me ha parecido muy bonita e interesante, me ha despertado una leve intriga al final. Me gusta porque con algunas cosas del amor muchos lectores se podrían sentir identificados. Me gusta como has escrito este relato!
ResponderEliminarJúlia Estivill Rofes