miércoles, 23 de mayo de 2012


El viento cálido y suave típico de una mañana de primavera hacía bailar las flores de los árboles e incluso conseguía arrastrar alguna hoja hasta el suelo. A través de los grandes ventanales veía el jardín, un jardín que en unos pocos días sería suyo. El jardinero podaba unos arbustos con dificultad, porque minutos antes se había cortado en el dedo meñique. Un sirviente que aún no conocía colocaba algunos nenúfares frescos en la fuente de agua cristalina- Otro se preocupaba de no caerse de la silla mientras limpiaba con esmero la estatua griega. Ya comenzaban los preparativos del jardín. Ella ya se había probado el vestido unos meses antes: blanco, con algunas flores secas en los encajes  y un velo que alguien le sujetaría. Estaría realmente preciosa. Eulalia se giró y se vio reflejada en el espejo de la habitación. Tenía unos ojos profundos y bonitos, como el cielo de aquella misma mañana. Su nariz diminuta dejaba paso a unos labios carnosos y rojos, que tenía el vicio de morder. Su piel blanquecina contrastaba con su cabello pelirrojo, largo y rizado. La mujer se miró bien. Se preguntó si realmente estaba preparada para casarse. En aquel momento, Vicente entró en la sala. Aún se ponía los gemelos en sus puños. Miró a la que iba a ser su mujer y sonrió. Era preciosa. Él estaba realmente enamorado de ella. Siempre pensaba en ella, siempre quería estar con ella. Estaba loco de amor.
-Mi hermano ya ha llegado- le murmuró al oído, como siempre hacía. Eso a él le gustaba: podía oler el perfume de Eulalia y rozar su largo pelo. Ella asintió, y se dispusieron a bajar al salón principal. Allí, sentado en un sillón, estaba Santiago. Al verlos, se levantó. Dio un fuerte abrazo a su hermano y después se quedó mirando a Eulalia. Ella también lo hizo. La mirada penetrante de la chica topó con los ojos color café de Santiago, y pasaron algunos segundos mirándose, sin decir nada. Vicente miraba perplejo la situación. Nadie se movía. Su hermano y su mujer seguían quietos. Por fin, Santiago dijo: “Encantado, Eulalia”.
Vicente aprovechó la visita de su hermano para ir a cazar con él. Pasaron aquella tarde en el bosque, y al final consiguieron traer algo para la cena. Eulalia, sentada al lado de su marido en la mesa como de costumbre, comía absorta en sus pensamientos mientras los otros dos charlaban de sus intereses. Después pasaron al salón, donde, mientras los dos hermanos bebían una copa de licor, ella tocaba para ellos. El piano, a veces, era su manera de expresarse. Tocaba muy bien, y su manera de jugar con las notas era divina.
Era una noche de luna llena. Se podía ver reflejada en las aguas cristalinas de la fuente con nenúfares. Eulalia, con la excusa de su cansancio, se despidió de su amado, y del que pronto iba a ser su cuñado y se marchó hacia su habitación. No pasó mucho rato hasta que Santiago, a su turno, también se marchara a descansar. Vicente estaba solo, aún con la copa en la mano, pero ya vacía. Se levantó para servirse más licor del que había traído su hermano. Aprovechó para mirar por la ventana. Empezaba a llover, y se podía distinguir incluso algún trueno. Pensó que ya era hora de irse a la cama, y con un sorbo, se acabó la bebida y apagó las velas. Cuando se dirigía a la habitación de su mujer para ver como estaba, oyó voces. Venían de dentro. No distinguía con claridad lo que decían, por lo que se acercó más a la puerta cerrada.
- Te he pedido que te vayas, Santiago. Por favor, imagínate que llega Vicente. ¿Qué le contamos?
- Pues la verdad, Eulalia. Que tú y yo estuvimos enamorados durante muchos años y que planeamos nuestra boda para cuando yo volviera del frente. Pero me dieron por muerto, y tu familia te hizo emparejar con Vicente, sin saber que era mi hermano. Yo aún te quiero…
Cuando Vicente oyó aquellas palabras, no pudo contener su ira. Eulalia lo era todo para él, no podía perderla. En un arrebato, cogió una espada antigua decorativa de la pared, entró, y sin dudar, la empuñó en el pecho de su hermano. Eulalia cayó al suelo con él, sollozando y gritando. Vicente se dio cuenta de lo ocurrido. No supo como reaccionar. Cayó de rodillas y tiró el arma.
Eulalia no volvió a hablar. No volvió a sentir ni a expresarse. Sentada en un sillón al lado de la ventana, se limitaba a contemplar el cielo, día tras día. No servían las visitas diarias de Vicente ni las flores que le llevaba cada mañana. Ella solo tenía la esperanza de reunirse con su querido Santiago.

Carla M. Clúa Alcón

2 comentarios:

  1. Tu historia es muy bonita Carla! Me ha gustado mucho como has ido explicando los acontecimientos. El final es triste pero está muy bien encontrado, y refleja el amor que Eulalia siente de manera muy clara.

    Júlia Prieto Gil

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  2. Carla me a gustado mucho tu historia es muy romántica, pero sobretodo me gusta la forma en que describes los personajes.
    El final es muy bonito, pero triste.

    Meritxell Estivill

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